El brutal impacto de la tala rasa

Al contrario de lo que muchos piensan, un bosque no es solo un grupo de árboles. Un bosque es un sistema de relaciones realmente intrincado, donde hierbas, arbustos, árboles, pájaros, mamíferos, insectos, hongos y bacterias dependen entre sí para existir.

Los grandes árboles dominantes generan el esqueleto grueso del bosque, en cuyas cavidades se distribuyen árboles medianos, arbustos y plantas de menor tamaño, todas cubiertas por multitud de otros seres; animales, vegetales y fúngicos. Por todas partes, constantemente nacen y mueren los distintos miembros del bosque, formándose una variedad no solo de especies, sino también de tamaños y edades.

Colores y formas del bosque ©Bastian Gygli

Monocultivo forestal

A diferencia de este caótico mosaico de formas y procesos, en Chile y el mundo han proliferado las plantaciones forestales de monocultivos exóticos. En este sistema, los árboles son criados en invernaderos y luego plantados en filas uniformes sobre un suelo que ha sido despejado de toda vida y abonado artificialmente con químicos que alimentarán el feroz crecimiento de pinos y eucaliptos. El gran consumo hídrico que caracteriza a estos árboles es resultado de su rápido crecimiento, el cual es a costa de una mayor cantidad de nutrientes, los que son movilizados mediante el agua.

Los reducidos espacios que se dejan entre árbol y árbol están pensados para las máquinas y los operadores que los cortarán (esa superficie es la mínima para que el árbol se desarrolle, de lo contrario tal vez los dejarían más juntos). Solo un par de años (15 a 20) son necesarios para que los árboles de la plantación -dependiendo la especie y características del sitio forestal- alcancen el tamaño ideal u “óptimo comercial”, que ha sido calculado para la mayor producción de madera en el menor tiempo posible, un simple y rápido cálculo destinado a producir grandes sumas de dinero. Así, la gran danza de los bosques es transformada en una torpe marcha forzada, con un principio y un final claro: el mercado global.

Plantación forestal de pinos en los alrededores de Curanilahue, Cordillera de Nahuelbuta ©MVMT

Los efectos de la tala rasa

Dentro de este contexto, tal vez el proceso más brutal utilizado en la industria forestal es la corta a tala rasa. Este método de cosecha es un corte a ras de suelo de todos los árboles de una plantación, el cual tiene irreversibles consecuencias ambientales, algunas de las cuales describiremos a continuación.

Primero, la tala rasa deja al descubierto grandes extensiones de suelo, que la lluvia, el viento y los cambios de temperatura van desgastando, proceso denominado erosión. Al desaparecer la cobertura vegetal, la “interceptación de lluvia”, es decir, el agua que es atrapada por la vegetación en las hojas, ramas y tallos -proceso que disminuye la fuerza de las gotas que caen al llover- también desaparece. Al estar el suelo descubierto, estas gotas remueven la tierra y, si la pendiente es pronunciada, pueden movilizar cantidades considerables de sedimentos cerro abajo, lo cual se traduce en repentinas y catastróficas “remociones de masa” (desprendimientos de tierra). 

Grandes superficies de suelo son dejadas al descubierto, produciendo una acelerada erosión ©Plantar Pobreza

El segundo fenómeno asociado a esto es la pérdida de suelo. Muchas veces nos cuesta entender esto, pues estamos acostumbrados a pisar y no pensar sobre el suelo. Su formación depende de la hojarasca, la cual se acumula junto a ramas, troncos y otros cuerpos en descomposición, dando forma al humus. Este nutritivo (y fértil) suelo orgánico es producto de siglos de descomposición. Además, el bosque es -por debajo de la superficie- un gran embalse natural que permite la infiltración (almacenamiento) del agua de lluvia en invierno, la cual es lentamente liberada en verano. Sin embargo, la tala rasa produce la pérdida del esponjoso suelo del bosque nativo, quedando finalmente una capa arcillosa e impermeable, que apenas absorbe el agua. 

Suelo arcilloso producto de reiteradas cosechas a tala rasa en Curanilahue ©MVMT

Tercero; el agua arrastrada a los esteros genera otros desbalances ambientales. Muchos de los nutrientes del suelo son lavados y al llegar en exceso a los cursos de agua, generan floraciones de bacterias, las cuales pueden llegar a interrumpir el avance del agua, dejando comunidades enteras sin el preciado elemento. Eventualmente todo estos recursos que antes estaban encapsulados en los suelos llegan, a través de los ríos y riachuelos, al mar, donde desaparecen en la inmensidad. Poco sabemos de sus efectos en el océano. Además, el transporte de sedimentos en suspensión (el suelo que es arrastrado por las lluvias) contribuye al embancamiento de los ríos, fenómeno que es posible observar al recorrer las desembocaduras del sur de Chile.

Por ley, plantaciones forestales y tala rasa no deberían realizarse a menos de 20 metros de ríos (esta distancia es mucho mayor en otros países), sin embargo, en la fotografía es posible apreciar la cosecha de árboles a menos de 10 metros del río Carampangue ©MVMT

Por último, recientes estudios (Sheil & Murdiyarso, 2009) han demostrado la relación directa entre cobertura vegetal y la frecuencia de las precipitaciones en un lugar. Básicamente, la ciencia ha demostrado que más plantas en un área significa más lluvia, mediante un proceso conocido como bomba biótica. Sin embargo, la tala rasa anula este proceso inmediatamente, lo cual si bien puede recuperarse (lentamente) tras la siguiente plantación, cada vez que se realiza, va disminuyendo la tasa de lluvia.

Estos y otros procesos van llevando al territorio a enfrentar una irremediable desertificación, que muchas veces poco y nada tiene que ver con el cambio climático (no obstante, esta es la principal argumentación hoy defendida por las empresas forestales que emplean este método). En estos eriales resultantes, el agua antes abundante, pasa a ser un recurso escaso, tanto para las criaturas del bosque como para las comunidades humanas.

Bosques y humedad en la cordillera de los Andes del sur ©Bastian Gygli

La tala rasa es la pesca de arrastre terrestre

La tala rasa es el análogo terrestre de la pesca de arrastre. Las diferencias de fondo entre estos procesos son pocas. Una ocurre mayoritariamente en mar abierto, escondida de nuestro ojos por la distancia y las profundidades del mar. La otra ocurre cerca de nuestras casas, abarcando casi la totalidad del territorio de Chile central, un punto caliente (hotspot) de biodiversidad, el cual está siendo brutalmente destruido. Tras su paso, la tala rasa deja un desierto, acentuado por el uso de pesticidas para eliminar lo que la industrial forestal denomina “malezas competidoras”, en realidad especies nativas que compiten con los pinos o eucaliptos. Sin embargo, la pesca de arrastre es totalmente rechazada por la ciudadanía, mientras la tala rasa sigue siendo considerado un proceso normal de la industria forestal.

La tala rasa, siguiendo la analogía que Eduardo Galeano propone en su célebre libro “Las venas abiertas de América Latina”, desgarra y desangra la tierra. Desolla la piel y deja al descubierto sus entrañas. En cuestión de años ese interior pasa de ser un rico y fértil suelo, a un verdadero regolito, como se denomina al suelo sin vida de marte.

Lo que la tala rasa deja en el territorio ©MVMT

Sin embargo, el gran problema no son los pinos o eucaliptos (que el lugar del mundo de donde son originarios, constituyen la vegetación nativa), sino el modelo económico y el manejo forestal repleto de malas prácticas, que busca satisfacer un modelo de alta competitividad, rentabilidad y utilidad, pero bajísima dignidad laboral para los trabajadores, las comunidades locales y los ecosistemas. Para aclarar; la producción neta de madera y celulosa que Chile destina al mercado interno es tan solo un 30% (Frene & Núñez, 2010), el resto es exportado a otros mercados, los cuales abastecemos con la pérdida de nuestros suelos y las sequías en nuestros territorios.

Industria celulosa (suele oler mal a su alrededor) ©Daniel Casado

En este momento, pensar la erradicación de las plantaciones forestales, por mucho que lo deseáramos, sería no comprender la complejidad del problema. A pesar del desolador panorama, hoy en día existen diversas alternativas al monocultivo de pino o eucalipto y a su tala rasa. Por ejemplo, en Chile existen plantaciones multiespeciíficas de árboles nativos, donde el coigüe se destina a la producción de madera, pero a través del raleo selectivo, método en donde se selecciona cuidadosamente que árboles cortar; el avellano para la obtención de avellanas y el ulmo como fuente de la deliciosa miel de ulmo. Este modelo es una plantación que diversifica la producción, al contrario del monocultivo forestal, el cual lo concentra en un solo rubro.

También existen agrupaciones recolectoras de productos no maderables (PFNM) del bosque nativo, quienes se dedican a la recolección de dihueñes, changles, nalcas, murtilla y maqui, entre otras maravillas del bosque.

Además, destaca el turismo como herramienta para poner en valor la observación y comprensión del patrimonio natural, más allá de la extracción de recursos del mismo. Este tipo de iniciativas benefician directamente a las comunidades donde se emplazan, generando una mejora sustancial en la calidad de vida de sus miembros, tanto humanos como otras especies.

A la luz de los problemas y alternativas anteriormente planteados, nos preguntamos: ¿qué territorios soñamos? ¿Queremos vivir en zonas de sacrificio, sin agua para beber, tierra para cultivar ni aire para respirar? ¿Para luego viajar (los que puedan) a otros territorios en búsqueda de lo que alguna vez existió en nuestras tierras?

Los autores de este artículo creemos firmemente en el potencial de la restauración de bosques, no su destrucción, pero para lograr este cambio es necesario difundir entre amigos, familiares y conocidos lo que está pasando. Si lees estas últimas palabras y quieres aportar, encuentra un buen momento y lanza el tema al centro de conversación: ¿están de acuerdo con el impacto de la brutal tala rasa?

Bosque caducifolio y de araucarias en Conguillio ©Bastian Gygli

*Foto de portada: tala rasa en Columbia Británica, Canada ©Garth Lentz

Agradecemos a Bernardo Reyes y Rodrigo Bravo por sus observaciones, las cuales enriquecieron el texto.

Referencias

Sheil, D. & Murdiyarso, D. (2009). How Forests Attract Rain: An Examination of a New Hypothesis. BioScience, 59(4): 342-347.

Frene, C. & Núñez, M. (2010). Hacia un nuevo modelo forestal. Bosque Nativo 47: 25-35.

Documental Plantar pobreza

Documental La otra cordillera