Comunicación no violenta entre especies

El panorama actual es desalentador: saturado de crisis ambientales, desigualdades sociales, guerras, extinciones y pandemias. En este contexto, el sistema basado en la idea del crecimiento económico infinito se mantiene a costa de la salud del planeta y de sus especies; no entiende de sostenibilidad ni justicia social. Y estos abusos sistemáticos aumentan conforme se […]

El panorama actual es desalentador: saturado de crisis ambientales, desigualdades sociales, guerras, extinciones y pandemias. En este contexto, el sistema basado en la idea del crecimiento económico infinito se mantiene a costa de la salud del planeta y de sus especies; no entiende de sostenibilidad ni justicia social. Y estos abusos sistemáticos aumentan conforme se hace mayor la amenaza a dicho crecimiento: países levantan muros y fortalecen las vigilancias en sus fronteras, el agua se privatiza, los bosques arden para adaptarlos a cultivos más rentables, el precio de los alimentos sube, los derechos colectivos caen en pos de la supremacía de los intereses privados.

Diversos investigadores han observado un elemento común a lo anteriormente descrito: la violencia; de género, política, simbólica, policial, religiosa, e, incluso, ambiental y entre especies. La violencia se expresa a través de acciones y lenguajes, pero también de silencios e inacciones. Su carácter es político y emerge de la diferencia de poder (físico o simbólico) entre dos o más seres, donde una parte dominante ejerce control sobre una parte sometida, llegando, a veces, a inhabilitarla o a provocar su destrucción.

La comunicación no violenta es un lenguaje de libertad en el que las prioridades del ser humano vuelven a ordenarse; una herramienta para la creación de un mundo justo, centrado en la felicidad de todos, y no sólo algunos de sus habitantes.

Esta relación de poder y sumisión no se ejerce únicamente contra humanos, sino también contra otros animales, plantas y ecosistemas y se manifiesta a través de la humillación, amenaza, rechazo y agresiones verbales, emocionales, morales o físicas. La elección automática del recurso de la violencia no surge de la nada; se ha observado que es transmitido y adoptado a través del lenguaje: sistemáticamente aprendemos a comunicar en un lenguaje de violencia. Desde pequeños se nos enseña a juzgar comportamientos y realidades ajenas con conceptos como «bien, mal, mejor, peor, normal, anormal» sin darnos cuenta de la manipulación e invalidación intrínseca que suponen.

Ahora bien, existen corrientes de la psicología que proponen metodologías para identificar y poner en tela de juicio la violencia sistemática. A través de un ejercicio de reflexión sobre nuestra concepción de la realidad y la forma en la que comunicamos, podemos deshacernos de las normas tóxicas y crear una alternativa sostenible, cooperativa y más justa entre seres humanos y otros seres vivos.

Ilustración gentileza de Hola Airam @holaairam y utilizada en la Edición Número 3 de Revista Endémico

La comunicación no violenta

En los años sesenta del siglo pasado, el autor, docente, doctor en psicología por la Universidad de Wisconsin y experto en la resolución pacífica y mediativa de conflictos, Marshall Rosenberg, colaboró en la implantación de conceptos de integración social en escuelas y organizaciones del sur de Estados Unidos. Esta experiencia cognitiva y de análisis del modelo de comunicación educativo inspiró la creación de un manual de entrenamiento del lenguaje basado en la percepción, los sentimientos, las necesidades y las peticiones. Así nació la Comunicación no Violenta (CNV).

La Comunicación no Violenta es una herramienta de comunicación alternativa a la comunicación común, una forma de expresar la serie de sucesos que tienen lugar en el emisor. La CNV contempla que toda acción humana parte de la urgencia de ver satisfechas necesidades básicas, inherentes y comunes a todo individuo. Ahora bien, complacer estas necesidades no genera conflictos interpersonales per se, sino que estos aparecen con la estrategia que la persona desarrolla para verlas cumplidas. Para lograr este tipo de comunicación, el hablante debe ser primeramente consciente de su estado emocional y asumir la responsabilidad de su propio bienestar para luego, siguiendo las pautas de la CNV, informar de realidad, expresar cómo esta percepción le hace sentir, comunicar sus necesidades y, por último, formular una petición asertiva al receptor.

El lenguaje especista es un lenguaje de violencia, puesto que degrada a especies en favor de otras.

La comunicación no violenta cree en la capacidad de compasión y empatía del ser humano como animal social. Basándose en esta premisa construye su modelo: el emisor construye, a través de la transparencia, el respeto y la identificación de necesidades individuales un puente comunicador que despierta la empatía y el entendimiento en el receptor, abriendo, así, la puerta a la cooperación entre individuos para establecer conexiones y relaciones de confianza en lugar de competitividad. Esta herramienta de comunicación crea, primeramente, un lenguaje de empatía y paciencia en el individuo mismo, ayudándole a conectar con sus necesidades (averiguar cómo se siente y qué requiere para sentirse mejor) y a expresar sus sentimientos sin señalar culpables ni otros responsables. A través de un lenguaje empático, el individuo se deshace de la dura crítica del lenguaje de violencia («lo has hecho mal», «van a pesar que eres estúpido», «eres demasiado tímido»), y conecta consigo mismo para, en un siguiente paso, conectar con las necesidades de los demás, sin distinguir grupos humanos u otras especies. El culmen de la CNV es proyectar esa misma empatía que un humano practica consigo mismo con otros humanos, con cualquier especie.

En última instancia, se crea un sistema nuevo de valores que surgen del respeto promovido por la comprensión personal e interpersonal en la comunicación; el individuo consigue observar el mundo desde la perspectiva del otro, humano, no-humano o ecosistema. Como Rosenberg plantea, el bienestar del ser humano está ligada al equilibrio planetario. La transformación interior y personal que prevé Rosenberg a través de esta herramienta reforma radicalmente la identidad y posición del ser humano en la naturaleza como su percepción de otros seres vivos; la visión antropocentrista se derrumba y el ser humano es consciente de la necesidad de equilibrio.

Comunicación entre especies

Para deshacernos de la jerarquía aprendida en lo que a las relaciones con el ecosistema se refiere, por ejemplo, es fundamental dejar de clasificar animales entre «buenos y malos» (por ejemplo, especies de interés económica y especies invasoras, respectivamente). Por medio de estas categorías, aprendemos que existen seres vivos con más valor que otros (la mayoría de las veces por motivos utilitarios); es decir, apreciamos la vida de unos más que la de otros y justificamos la violencia, el abuso y la destrucción de ciertas especies. En territorio europeo, al lobo siempre se lo ha considerado una amenaza para el ser humano por alimentarse de las ovejas del rebaño y causarle pérdidas económicas al pastor. El lobo se convierte en un ser malo sistemáticamente porque sus intereses no concuerdan con los nuestros. Su población, por la injusta mala fama, se ha visto diezmada en muchos de sus entornos naturales e, incluso, ha llegado a desaparecer, y aunque se estén tomando medidas en el presente para recuperar ejemplares y repoblar los bosques, cierta gente sigue considerándolo un peligro, por lo que la supervivencia de la especie no está asegurada.

Si prestamos atención, veremos que la discriminación entre especies se refleja en el lenguaje común en el momento en que nombres de animales se convierten en adjetivos despectivos para humanos. Por ejemplo, lobo viene a referirse a hombres y mujeres misteriosos, pocos sociables y en los que no se debe confiar. Y no es el único caso: nombres de otros animales, a los que se les considera de poco valor, se han convertido en adjetivos para designar comportamientos humanos negativos: «los hombres son unos cerdos», «las mujeres son unas zorras», «eres un gallina», «lo abandonaron como a un perro», etc. El lenguaje especista, puesto que degrada a especies en favor de otras, es un lenguaje de violencia.

El individuo o grupo social educado en el respeto y en la comunicación no violenta, «de igual a igual», ni se otorga un valor mayor que el resto de sus habitantes ni se siente dueño del entorno en el que vive, sino una parte más de él; un cohabitante como el resto de seres vivos. El ser humano, por lo tanto, aprende a leer y a aceptar las necesidades de otros animales. El lobo no se concibe, por ende, como amenaza o intruso ni como un ser «malo», sino como un cohabitante que merece ocupar el espacio en el que reside. El ser humano asume la responsabilidad de haber invadido el territorio antes ocupado por el lobo y busca medidas para conciliar la existencia de ambos.

Ilustración gentileza de Hola Airam @holaairam y utilizada en la Edición Número 3 de Revista Endémico.

Comunicación libre y horizontal

La violencia, como hemos podido comprobar, no sólo tiene manifestaciones físicas; es más, se origina en algo tan básico y presente en el ser humano como el lenguaje. El lenguaje no es nada menos que la entidad por la que cada individuo crea su realidad. Un lenguaje violento, basado en autoridades y jerarquías, crea una sociedad de privilegios, un sistema  de desigualdades, de -ismos (racismo, sexismo, especismo) y de fobias (xenofobia, homofobia).

La comunicación no violenta, por el contrario, es un lenguaje de libertad, anárquico (basado en reciprocidad y apoyo mutuo), en el que las prioridades del ser humano vuelven a ordenarse: los valores sociales y la cooperación se reestablecen, se construye una relación de armonía con la naturaleza y se comprenden las relaciones de interdependencia y su equilibrio natural. La comunicación no violenta es una herramienta para la creación de un mundo justo, centrado en la felicidad de todos, y no sólo algunos de sus habitantes. La aceptación de uno mismo y de los otros, finalmente, nos conducirán a un sentido de colectividad entre humanos, no-humanos y el planeta entero.

Sobre la Autora

Celia Ramos nació en España y estudió Traducción e Interpretación en la Universidad de Córdoba. Vive desde el 2014 en Múnich, donde se formó como mediadora y coach. Su principal área de interés es la psicología, el desarrollo emocional y las estrategias de comunicación  entre personas. Asimismo, su vida gira en torno a los temas relacionados con medioambiente, la alimentación vegana, la sostenibilidad y los métodos de educación alternativos.