Mala Junta: el otro paisaje del sur

Dos adolescentes caminan por los rieles del tren; uno viene de Santiago y otro ha estado toda su vida en San José de Mariquina. De fondo una fábrica humeante, rodeada de una plantación de pinos. “Oye, esta hueá es muy gigante, ¿qué es?”, pregunta el Tano. “Es la celulosa”, le responde el Cheo. “Bacán” dice […]

Dos adolescentes caminan por los rieles del tren; uno viene de Santiago y otro ha estado toda su vida en San José de Mariquina. De fondo una fábrica humeante, rodeada de una plantación de pinos. “Oye, esta hueá es muy gigante, ¿qué es?”, pregunta el Tano. “Es la celulosa”, le responde el Cheo. “Bacán” dice Tano, palabra espontánea de una persona en formación que no comprende lo que tiene por delante. El Cheo es categórico: “¿Cómo que bacán? Tiene la cagá”.

Tano (Andrew Bargsted) es un chico santiaguino de 16 años, quien es capturado en pleno robo a un servicentro y, bajo amenaza de ingresar al SENAME si no cambia su comportamiento, enviado al sur a vivir con su padre (Francisco Pérez-Bannen), un hombre al que apenas conoce y que se fue a vivir a la cordillera de la costa, a la localidad de San José de la Mariquina. Allí conoce a Cheo (Eliseo Fernández), un tímido joven mapuche que lidia con la discriminación que le hacen sus compañeros de liceo. Un conflicto político en el sector y las malas relaciones con sus padres, los desafían a enfrentar juntos los prejuicios con que cargan en la ya complicada adolescencia.

Mala Junta es el primer largometraje de Claudia Huaiquimilla, egresada de Dirección Audiovisual en la Pontificia Universidad Católica de Chile. Su sensibilidad por los procesos que viven niños y adolescentes la hizo escoger a los dos jóvenes que protagonizan Mala Junta: “Yo elegí dos personajes, que es un niño del Sename y uno mapuche, que apelan a algo que pueda sentir cualquier chileno, que tiene que ver con que de pronto no calzamos en un modelo y no hay donde pertenecer. Estos dos niños están buscando ser quienes quieren ser y la gente les dice que no deben ser así y no les dan el lugar donde acogerse, que va más allá de que seamos o no mapuche, sino que que tan mala junta seamos. A todos alguien nos considera un poco mala junta. Todos pueden identificarse con esos niños” (Revisar entrevista en Pousta).

Hay algo que no se puede obviar, que es la realidad de Claudia como directora mujer y mapuche. Para Huaiquimilla, la criminalización de su pueblo y el trato de los medios de comunicación no dejan ver un tema que para ella tiene miles de aristas. Y aunque la película no entra en las profundidades del conflicto del estado chileno con el pueblo mapuche, si invita a mirarlo desde otra perspectiva. Desde esa inquietud constante en que vive una comunidad bajo sospecha, violentada económica y socialmente. Hay una escena en particular, el allanamiento de una casa por parte de fuerzas especiales de la policía chilena, que logra golpear al espectador. Lo remueve de su silla y lo entrega a la violencia cotidiana que las comunidades mapuches tienen que vivir en el sur del país.

Mala Junta recuerda a ratos la película de Marcela Said, “El verano de los peces voladores”, pero narrado del otro lado, desde la marginalidad. A través de una música minimalista, con guitarras eléctricas y un kultrún que resuenan como ecos de la tierra, Mala Junta se desarrolla en los márgenes, entre pinos y eucaliptos, sitios pelados, pequeñas casas de madera con olor a humo y la tetera siempre sobre la estufa, gallinas, chanchos y polvo, el aserrín aparece de repente, las sopaipillas y el vino que pasa de mano en mano. Todo esto conforma un recorrido por el sur, por esos paisajes que están entremedio; no son densos y fotogénicos bosques nativos, no son impresionantes saltos de agua enmarcados por algún monumental cerro con araucarias; son pueblos con caminos de tierra, son liceos, son campos chicos rodeados por plantaciones grandes y son dos niños aún confundidos porque sienten que la vida podría tener algún sentido.