Colmenas urbanas, la ciudad también es naturaleza

La Apicultura Urbana crece como el nuevo mecanismo para renaturalizar nuestras ciudades, no solo estimulando la polinización, sino que ayudándonos a recordar que las ciudades también forman parte del medio natural y  todos quienes vivimos en ella, tenemos una responsabilidad trascendental en su equilibrio y salud.  El siguiente artículo fue escrito por Manuela Fernández, geógrafa […]

La Apicultura Urbana crece como el nuevo mecanismo para renaturalizar nuestras ciudades, no solo estimulando la polinización, sino que ayudándonos a recordar que las ciudades también forman parte del medio natural y  todos quienes vivimos en ella, tenemos una responsabilidad trascendental en su equilibrio y salud. 

El siguiente artículo fue escrito por Manuela Fernández, geógrafa chilena residente en Barcelona. A través del Máster en Agricultura Ecológica de la UB ha centrado su vocación de preservación de medios naturales y urbanos en el estudio de la abeja negra (Apis mellifera iberiensis) y demases polinizadores locales. Actualmente, preside la Asociación Zuhari, donde busca fomentar una “Cultura de abejas” en la población y de paso, activar el debate hacia la legalización de la Apicultura Urbana en España.

La Apicultura Urbana (AU) es un movimiento global que busca promover la actividad apícola y polinizadora en las ciudades. Existiendo desde siempre, no solo en el trabajo de apicultores independientes, sino que en las propias colonias y nidos de abejas sociales o solitarias viviendo junto a nosotros en parques, cerros, bosques y diversos escondites.

Hoy en día, las ciudades constituyen un ambiente muy favorable para las abejas por muchas razones, entre ellas, la de mantener temporadas de floraciones diversas y continuas durante todas las estaciones. Existe una mayor disponibilidad de agua y la ausencia de agrotóxicos que la mayoría proliferan en los campos; las abejas en la ciudad no se envenenan, tienen una alta diversidad de especies melíferas de las que extraer recursos,a una corta distancia y sin tener que cruzar campos de monocultivos tóxicos. Pueden recurrir a fuentes hídricas más variadas y, de paso, recordarnos que la ciudad no es un organismo ajeno a la naturaleza; ambos son organismos interdependientes y que están subordinados a un anhelo común, el de alcanzar equilibrio medioambiental y prosperidad para todos nosotros como habitantes de este planeta. Las abejas, en este caso, nos enseñan cómo los diferentes organismos -entendidos como pequeños seres vivos hasta grandes ciudades o planetas- vivimos en una simbiosis compleja con otros seres completamente diferentes y, muchas veces, nuestra miopía antropocentrista no es capaz de valorar estas interacciones.

Fuente: Ayuntamiento de Barcelona (ajuntament.barcelona.cat)

En esta línea, grandes metrópolis del mundo como Nueva York, Melbourne, París y Londres, han legalizado y fomentado la tenencia de colmenas en la ciudad. En estas regiones del mundo, la AU ha demostrado ser desde hace muchos años una actividad económica y social con iniciativas de gran valor, activando y dinamizando proyectos locales con resultados beneficiosos en múltiples áreas, patrocinados tanto por el Estado como por los mismos ciudadanos. Solo por citar algunos, proyectos como Bike a Bee, Urban Bees, The Best Bees Company muestran que un alto nivel de multidisciplinariedad es una de las claves para alcanzar el éxito, y que las oportunidades son prácticamente infinitas cuando se combinan la ciencia, el arte, la economía y la sociología, entre otras disciplinas.

Temores versus beneficios

La presencia de abejas en una ciudad es algo tan natural como el temor que a algunos este insecto genera. Su trabajo consiste en polinizar la gran mayoría de los alimentos vegetales que consumimos y dando sustento a la manera en la que hoy nos alimentamos casi toda la humanidad; desde la alfalfa que consumen las vacas, hasta  las hortalizas y frutas en nuestros platos.

De hecho, tres de cada cinco alimentos de un plato de comida son producto del trabajo de los polinizadores, dentro de los cuales la abeja de la miel es el más importante, con más del 70% de la polinización “en sus espaldas”. 

La existencia de abejas saludables en una ciudad actúa como un indicador ambiental de buena habitabilidad, no solo gracias a la información sobre la calidad del aire y el agua a través de los análisis químicos de miel y polen. Otro beneficio no menor, radica en la deconstrucción de esta conciencia colectiva vinculada a asociar automáticamente a las abejas como animales peligrosos y agresivos.

Desmitificar estos miedos nos enseñará a vivir en una sociedad más equilibrada, con deberes solidarios, menor ansiedad ante lo desconocido y con la capacidad de revertir ideas negativas hacia otras más fértiles en todo sentido.

¿Qué sucede en Chile?

La legislación chilena no permite la tenencia de colmenas a menos de 400 metros de un núcleo urbano, al mismo tiempo que prohíbe la exterminación de la abeja de la miel. Esta contradictoria situación se acompaña, además, de la ausencia de un organismo competente municipal o estatal que gestione la retirada de un enjambre o de una colmena. Una eventual legalización -acompañada de un programa de fomento y educación sobre apicultura- impulsará un sinfín de iniciativas con trasfondo “verde”, que no solo harían de nuestras ciudades un espacio sostenible, sino que sería un modelo a seguir para el resto de los países de la región.

Solo por mencionar un ejemplo en la ciudad de Santiago, los huertos comunitarios como los de La Pintana o Barrio Yungay se verían directamente favorecidos por este servicio ambiental, así como también cada espacio verde que exista en la ciudad; el Parque Metropolitano, Parque Forestal, la zona precordillerana, bandejones, pasarelas, calles y casas, entre muchos otros espacios urbanos.

©Manuela Fernández

Lo importante es que este objetivo  de “proteger a las abejas”, no es de orden económico, ni se puede acotar a un simple problema de rendimiento agrícola-ganadero. Se trata de la supervivencia de la especie animal más importante sobre la Tierra,según como lo señala la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Dentro de los 17 objetivos propuestos, la FAO ha definido que la protección de las abejas -y polinizadores- es fundamental para que se cumplan tres de los diecisiete ODS.

Existen proyectos maravillosos sucediendo en este mismo momento, tal como Abejas de Chile, iniciativa que promueve el estudio y caracterización de las más de 400 especies nativas de abejas que polinizan nuestros campos y bosques. Otro destacado proyecto es Colmenas Urbanas, en el que se conjugan la  tenencia de colonias de abejas de la miel con la realización de clases y talleres educativos. Además, existen iniciativas académicas en las Universidades del Maule y Católica de Valparaíso, donde funcionan laboratorios de investigación y estudios de abejas, con el fin de ampliar el conocimiento del patrimonio natural de Chile, con más de 400 abejas por descubrir. Es urgente  analizar y discutir hoy sobre la Ley Apícola que se encuentra en el Senado.

A todas las personas que trabajamos y estudiamos las especies de los diferentes reinos naturales, no nos gusta pensar que su subsistencia está en manos humanas pues, generalmente, la causa de su estado de riesgo provienen de nosotros mismos. Creemos profundamente en su capacidad de remediar la situación por sus propios -y misteriosos- medios; son seres resilientes y de una magnífica capacidad de adaptación, sin embargo, el contexto actual de los polinizadores ha llegado a un punto suficientemente crítico como para que se precise del florecimiento del interés común y de comprender esta interrelación natural e imprescindible sobre la que se basa la vida sobre nuestro planeta. 

Plan del Verde y de la Biodiversidad de Barcelona 2020 (ajuntament.barcelona.cat)

La acción debe tomarse ¡ya!, las abejas son seres resilientes y de una magnífica capacidad de adaptación, no obstante, el contexto actual de los polinizadores ha llegado a un punto suficientemente crítico.  Es por esto que nuestros jardines tienen que llenarse de flores melíferas locales, los pastos tienen que dejarse crecer, nuestras calles tienen que disponer de agua y refugio, la miel que compramos debe ser de apicultores pequeños y respetuosos y, sobretodo, nuestras mentes deben amigarse con la idea de que mientras más insectos hayan volando por ahí, más saludable y abundante será la ciudad en la que vivimos. 

Por lo tanto, en la medida que sigan aumentando los esfuerzos científicos por remediar este problema y mientras más apicultores respetuosos existan, mayor probabilidad tendremos de percibir el proceso simbiótico entre ciudad y naturaleza. El acto de cuidar a las abejas es, por tanto, el acto de cuidarnos a nosotros mismos.