Descanso radical: Hacia una ecología espiritual del cuidado

“Pero ellos solo sueñan durmiendo” —Ursula Le Guin (1972, 55) Mientras escribimos este artículo y los contagios por COVID19 se multiplican, la idea de “hibernación” empieza a resonar en medios y redes. Como método para controlar la pandemia, la hibernación sería una cuarentena nacional y extendida, un período de reclusión general. En este breve ensayo queremos tomarnos la hibernación en serio, y radicalizarla. No nos interesa en tanto estrategia puntual de confinamiento, sino como figura que abre una reflexión sobre el llamado más profundo que, creemos, nos deja la crisis biosanitaria que enfrentamos: la necesidad de parar, y no metafóricamente sino como acción tangible desplegada a distintas escalas y en distintos entretejidos corporales, espirituales y ecológicos.

Parar para sanar, y sanar como el cultivo de una continuidad cuerpo-espíritu-Tierra. Parar no como un paréntesis en la vida “normal”, sino como una manera de hacer, pensar y habitar, y como un modo de conectar con nuestra condición de seres terrenales que nunca hemos estado separados de las fuerzas de la vida y de la muerte en su continua coreografía. Parar como una manera de (re)hacer mundos.

Si bien la pandemia nos muestra la importancia de renovar nuestra conexión con la Tierra, esta reconexión requiere cuestionar el valor de la “acción” en nuestros imaginarios. Inspirados por el ecofeminismo, prácticas indígenas y otros linajes espirituales, en este breve ensayo reflexionamos en torno al descanso radical. Entendemos el descanso radical como el poder restaurativo, generativo y emancipatorio del reposo, y lo trabajamos en la perspectiva del cuidado, más específicamente de lo que llamamos ecología espiritual del cuidado. Proponemos colocar el amor y la conciencia profunda de la interconexión a la base de la sustentabilidad. Y nos preguntamos: ¿qué pasaría si sencillamente detenemos la exterioridad de la acción y el pensamiento para abrir la potencialidad ecológica y sanadora del descanso?

Descanso radical

“Si queremos sobrevivir debemos actuar inmediatamente”. Así resume Claire Colebrook (2016, 86) el imperativo que el Antropoceno, como posibilidad de extinción masiva, ha instalado en las ciencias y la opinión pública. Evaluar, intervenir, pensar, movilizar, gestionar, organizar, y siempre ahora: un conjunto de respuestas urgentes que sin embargo, Colebrook nos recuerda, iteran sobre las mismas lógicas que nos han traído hasta donde estamos. Y que dejan fuera aproximaciones—espirituales, indígenas, campesinas, feministas—que no cifran ni el problema ni sus posibles soluciones en la acción.

Parar no como un paréntesis en la vida “normal”, sino como una manera de hacer, pensar y habitar, y como un modo de conectar con nuestra condición de seres terrenales que nunca hemos estado separados de las fuerzas de la vida y de la muerte en su continua coreografía.

Construimos la figura del descanso radical precisamente como emancipación al accionismo y externalismo sobre los que se yergue el discurso de la sustentabilidad. Lo hacemos en directa conversación con los feminismos comunitarios y decoloniales que han puesto en relieve el valor del cuidado en tanto entretejido que sustenta la co-existencia y co-dependencia entre humanos y más-que-humanos (Cabnal, 2010; Paredes, 2010). Ubicamos el descanso radical entre esas prácticas mínimas de reparar, sanar, cultivar y estar-ahí fundamentales para el buen vivir y morir, pero que la tecnocracia liberal ha invisibilizado (Tironi, 2018; Tironi & Rodríguez-Giralt, 2017). La pregunta es cómo urdir y expandir estos cuidados sin utilizar “las herramientas del amo”, para decirlo con Audre Lorde (1984). ¿Cómo cultivar una práctica y ética del cuidado sin caer en la lógica de la intervención y del Antropos que hace, modifica y planifica? Es en contacto con el llamado de varios ecofeminismos y ecoespiritualidades, que proponemos radicalizar el cuidado desde el descanso consciente.

El descanso radical desestabiliza la demarcación entre conocimiento y existencia tan propia del occidente-liberal al anudar conocer y sentir en un mismo proceso. © Creative Commons.

El descanso radical puede comprenderse como un cese total de actividad, física y mental, para dar paso a estados espirituales más expansivos y transformadores. Hablamos de descanso radical porque no sólo significa una pausa entre las actividades de la cotidianidad, sino una forma de sanación a partir de la cual se establece una Otra relación con la naturaleza, la vida y la muerte. Tomamos el descanso como una forma de hacer mundo: el cultivo de una experiencia interior, sustentada en relaciones de amor y respeto, primero para con una misma y, desde ese cuidado consciente, para con el exterior—un exterior que no está nunca “afuera” sino en el entramado sensible, procesual y no-binario de la existencia.

El descanso radical es decolonial. Nace del sentido de abundancia que, como dice Yoli Maya Yeh, está en el corazón de la cosmogénesis indígena alrededor del mundo: descansamos, contemplamos y nos detenemos a sentir porque la existencia es pura plenitud, porque la existencia ha sido, es y será siempre pura generosidad. En el Suma Qamaña, o el Buen Vivir aymara, Qamaña denota, entre otros significados, el lugar abrigado y protegido de los vientos de los pastores, y con ello refiere al vivir, morar, cuidar y, muy importante, al descansar como base del equilibrio y la buena vida. Es por esto que ante un mundo-uno (Escobar 2014) que ha impuesto una lógica capacitacionista (Reed-Sandoval & Sirvent, 2019) y que ha despojado a los pueblos de su capacidad para ensoñar y descansar (Dinsmore-Tuli, 2020), el reposo es en sí mismo un acto de resistencia—sobre todo cuando su privación sigue y refuerza injusticias raciales, étnicas y sociales, como lo sugiere Tricia Hersey.

Ubicamos el descanso radical entre esas prácticas mínimas de reparar, sanar, cultivar y estar-ahí fundamentales para el buen vivir y morir, pero que la tecnocracia liberal ha invisibilizado.

El descanso radical también ayuda a decolonizar la sustentabilidad porque coloca en su núcleo a la experiencia. El descanso radical, en tanto construcción de mundo, parte del supuesto de que el conocimiento no es sobre la naturaleza, sino con ella. El concepto kimün en el mundo mapuche, por ejemplo, se define generalmente como “conocimiento”, pero también significa sentir y adivinar (Quilaqueo y Quintriqueo, 2010). Siguiendo esta pista, el descanso radical es un proceso de transformación anclado en la experiencia misma de ésta. Desestabiliza, así, la demarcación entre conocimiento y existencia tan cara para el occidente-liberal al anudar conocer y sentir en un mismo proceso generativo—el sentipensar como lo pone Escobar (2014). No serán las palabras, ni los manifiestos, ni los textos los que, puesto de otro modo, nos llevarán a modificar nuestra relación con ríos, montañas, bosques y vientos. Será la experiencia sensible de estas fuerzas, vivida en nuestro propio interior, la que abrirá la posibilidad de una otredad ecológica.

Ecología espiritual del descanso: tres propuestas

La pandemia nos ha obligado a detenernos. Siguiendo ese impulso, podríamos aprovecharla para descansar, y para a través de ese descanso ensayar una restauración interna que es al mismo tiempo una restauración del planeta—porque lo interno y lo externo son ocasiones, como lo diría Whitehead (1979), del mismo continuo cósmico. Denominamos ecología espiritual del descanso al conjunto de prácticas, apaños y saberes que permiten hacer tangible una reconexión con la naturaleza a través del silencio, la quietud y el reposo. Hablamos de ecología espiritual porque estas prácticas están entretejidas entre sí, y porque revelan la inseparabilidad entre espíritu y materia, y entre ecosistemas y cuerpos, entre naturaleza y alma, entre el Yo y el Nosotros, y entre el Nosotros y la Tierra.

La ecología espiritual del cuidado busca colocar el amor y la conciencia profunda de la interconexión en la base de la sustentabilidad. © Claudio Quiroz.

Contemplación: experimentos en no-acción

Observar. Quietud. Detenerse sin otro propósito que sentir el sentir. Dejar que la vida sea, suspender el juicio. Comunión: contemplar la existencia hasta que “ya no hay nada que contemplar porque nosotros mismos nos hemos fundido con aquello que contemplamos” (Paz 2007, 47). Desde la tradición hinduista y budista, pasando por una variedad de prácticas indígenas, linajes místicos cristianos, judíos o musulmanes, o prácticas psicoterapéuticas occidentales, son múltiples las tradiciones cosmo-espirituales que celebran la contemplación como forma de hacer mundo y espiritualidad.

Sin el intento por ser-con la naturaleza, sin la experiencia de volverse naturaleza, será imposible cuidarla. Y la contemplación puede ser una llave, en tanto ejercicio de silencio e interiorización a través del cual se accede a una nada—ausencia de un ego que media la experiencia—que sin embargo permite la conexión con el todo. Esa unión, realizada en el reposo y quietud, es fundamental para experimentar la abundancia de la existencia, a su vez condición crítica para entablar una relación con el planeta no como “naturaleza” ni menos como “recurso”, sino como interconexión y continuidad.

Hablamos de descanso radical porque no sólo significa una pausa entre las actividades de la cotidianidad, sino una forma de sanación a partir de la cual se establece una Otra relación con la naturaleza, la vida y la muerte.

Hay múltiples formas de practicar la contemplación. La meditación, por ejemplo. La meditación nos conecta con la exploración contemplativa en el interior, y desde allí, hacia lo que nos rodea. En el contexto de confinamiento, puede bastar darse unos minutos de silencio y calma, experimentar conscientemente la propia respiración, salir al patio o asomarse a la ventana para reconocer con gratitud la generosidad de la vida, darse unos instantes sin pantallas, sin redes sociales, sin acción, para volver a sentirnos parte.

Sueño consciente: despertar a la existencia elemental

En tiempos de insomnio estructural y accionismo sistémico, liberar el sueño como práctica restaurativa con una misma y con la naturaleza se vuelve urgente. No sólo pensamos en el espacio del dormir (usualmente por la noche) sino en la práctica ancestral del sueño consciente. A diferencia del sueño como “desplome”—la forma que adopta el dormir ante la extenuación crónica en la vida moderna—el sueño consciente es una práctica que busca alcanzar estados liminales de consciencia a través del descanso profundo, y a través de esos estados conectar con nuestra existencia elemental y transformadora.

Yoguis, sanadores, chamanes, poetas, inventores, psicólogos y médicos han incursionado en el sueño consciente, y es tal vez en el Yoga Nidra—o sueño (Nidra) yóguico —donde ha encontrado su mayor desarrollo. A su base está la posibilidad de entrar, a través de un ejercicio de introspección guiada, a un profundo estado de relajación receptiva, mientras se permanece consciente y alerta durante todo el proceso. Paradójicamente, lo que se busca a través del Nidra no es dormir, sino más bien despertar: con el sueño consciente reconocemos nuestra propia naturaleza, lo que incluye la consciencia de que somos humus (Haraway 2016), de que no hay separación entre ser humano y Tierra, de que somos criaturas hechas de agua, tierra, viento y fuego, sostenidos en el Ser consciente.

No proponemos dejar de actuar, sino hacerlo de otra manera y combinarlo con momentos de cese total que cultiven una experiencia tangible de vinculación y sanación con la naturaleza.

En tiempos de pandemia bastaría con entregarnos al sueño reparador. No resistirse. Invocarlo. Buscar momentos de ensoñación y descanso profundo entre las actividades diarias, creando espacios—sin alarmas, despertadores ni aparatos móviles—para el Buen Dormir y la renovación de nuestra pertenencia terrenal. Como dice Uma Dinsmore-Tuli, acoger el llamado, de la Nidra Shakti, la Reina del Sueño, el poder femenino de la oscuridad en el sueño lúcido.

Cuidar: implicaciones amorosas

Hacer pan. Sentir la harina y el agua. Probar la sal, oler la levadura. Amasar. Palpar el calor y observar cómo trabajan las enzimas. Calentar el horno. Esperar. Abrir la hogaza y dejar que su vitalidad inunde los sentidos. O plantar. Donde sea. En un tarro, en el balcón. La tierra húmeda, nitrogenada, un ciclo vida-crecimiento-muerte completo. Olor a madera. El almácigo. Fotosíntesis en vivo, regar, cuidar, cantar, limpiar, observar. O cocinar. En silencio, como un ritual. Los granos, las verduras, los aceites, la abundancia—aunque sean los alimentos más sencillos. Ese alimento pasó por cuatro estaciones. Ese alimento alguien lo plantó, probablemente una mujer campesina, con cariño. Conectarse, a ese suelo, a ese sol, a ese esfuerzo, honrarlo. Pasarlo por el fuego, lento, dejar que florezcan sabores y texturas, para alimentar a seres significativos, nutrir y cuidar.

En tiempos de pandemia bastaría con entregarnos al sueño reparador. No resistirse. Invocarlo. Buscar momentos de ensoñación y descanso profundo entre las actividades diarias, creando espacios—sin alarmas, despertadores ni aparatos móviles—para el Buen Dormir y la renovación de nuestra pertenencia terrenal.

Experimentar somática y afectivamente la naturaleza y sus elementos, y hacerlo con cariño, calma y dedicación, es una manera de trenzar un lienzo directo con la (y nuestra) naturaleza. No se trata sólo de la conexión sensual con texturas y fragancias; es también el reconocimiento experiencial de los pluriversos encapsulados en cada semilla, en cada brote, en cada pan. Y la regeneración de ese vínculo trae paz. Nos descansa. Hacerse parte y celebrar un proceso que comenzó hace millones de años—una semilla, germinada o por hacerlo, es heredera biológica del origen del planeta—y que se proyecta infinitamente hacia adelante (Shiva et al., 2019), conlleva un profundo sosiego. Y renueva nuestra condición de criaturas-en-el-mundo. Cuando podemos sentir, literalmente, el trabajo del sol y del agua y de la tierra y del microcosmos a través de la implicación amorosa con plantas, suelos y alimentos, nos reconocemos dentro de las redes de inter-dependencia y co-vida que sustentan la existencia.

En cada semilla, brote y pan hay un pluriverso encapsulado. La regeneración de ese vínculo nos trae calma y paz. © Lucía Bianchi.

De a poco y con calma

La crisis ambiental que la pandemia ha hecho visible requiere más que celebrar prácticas environmentally friendly. Requiere más que “sustentabilidad”, si por ésta se entienden prácticas y arreglos tecnológicos que por todos sus beneficios no transforman las lógicas profundas que han guiado nuestra relación destructiva con el planeta. Apostamos por la emancipación—o al menos la ralentización—de la acción a través de la liberación del descanso como estrategia radical para restaurar la destrucción de las relaciones que sustentan comunidades heterogéneas entre múltiples seres y fuerzas. No proponemos dejar de actuar, sino hacerlo de otra manera y combinarlo con momentos de cese total que cultiven una experiencia tangible de vinculación y sanación con la naturaleza. No será una propuesta popular. No la harán suya ni gobiernos ni ONGs ni empresas. El accionismo está tan arraigado en el funcionamiento occidental-moderno, percolado a través de la colonialidad, el patriarcado y el neoliberalismo, que una apuesta por el descanso radical será resistida, incluso por el propio ambientalismo. Pero no importa. Como nos enseñan maestros y maestras, yoguis y yoguinis, mujeres campesinas, comunidades indígenas y colectivos territoriales, será una estrategia que partirá por casa, en las cocinas, en las huertas y en los barrios. Ojalá en la escuela. De a poco. Con calma.

Referencias

Cabnal, L. (2010). Acercamiento a la construcción de la propuesta de pensamiento epistémico de las mujeres indígenas feministas comunitarias de Abya Yala. En ACSUR (Ed.). Feminismos diversos: el feminismo comunitario (p. 10-25). Las Segovias: ACSUR.

Colebrook, C. 2016. What is the Anthropo-Political? En Cohen, T., C. Colebrook & J.H. Miller (eds), Twilights of Anthropocene Idols. Open Humanities Press.

Dinsmore-Tuli, U. (2020). Decolonising Sleep, or the reparative power of rest as a radical act to restore rhythmic cycles. Accedido de https://dark-mountain.net/decolonising-sleep/

Escobar, A. (2014). Sentipensar con la tierra : Nuevas lecturas sobre desarrollo, territorio y diferencia. Medellín: UNAULA.

Haraway, D. (2016). Staying with the Trouble. Making Kin in the Chthulucene. Durham and London: Duke University Press.

Le Guin, U. (1972). The Word for World is Forest. New York: Tor Books.

Lorde, A. (1984). Sister Outsider: Essays and Speeches. Berkeley, CA: Crossing Press.

Paz, O. (2007[1952]). El Arco y la Lira. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica.

Quilaqueo, D. & Quintriqueo, S. (2012). Saberes educativos mapuches: un análisis desde la perspectiva de los kimches. Polis, Revista Latinoamericana, 24, http://journals.openedition.org/polis/808

Shiva, V., Anilkumar, P. & Singh, N.R. (2019). Seeds of Sustenance & Freedom vs Seeds of Suicide & Surveillance. In The Future of Food: Farming with Nature, Cultivating the Future. Roma: Navdanya International. https://navdanyainternational.org/wp-content/uploads/2019/11/The-Future-of-Food-March-2020.pdf

Reed-Sandoval, A. & Sirvent, R. (2019). Disability and the Decolonial Turn: Perspectives from the Americas. Disability and the Global South, 6(1), 1553-1561.

Tironi, M. (2018). Hypo-interventions: Intimate activism in toxic environments. Social Studies of Science, 48(3), 438-455

Tironi, M., and Rodríguez-Giralt, I. (2017). Healing, knowing, enduring: care and politics in damaged worlds. The Sociological Review, 65(2), 89-109.

Whitehead, A.N. (1979). Process and Reality. New York: Free Press (2da edición).

Sobre los Autores

Daniela Cienfuegos es Ingeniera Civil Industrial (PUC), instructora de Yoga (Escuela Sivananda), Meditación y Yoga Nidra (Yoga Nidra Network). Es miembro del directorio y colaboradora de Fundación Sendika

Manuel Tironi es académico del Instituto de Sociología UC e investigador de CIGIDEN y NUMIES, además de Global Advisor 2020-21 del Institute for Culture and Society de la Western Sydney University.

Imagen de Portada: Endosymbiosis, tributo a Lynn Margulis», Shoshanah Dubiner, 2012.